TERTULIA FEMINISTA LES COMADRES

Amelia Valcárcel (Comadre de Oro 1993)

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En las dos últimas décadas las mujeres de este país nos hemos hecho demócratas. No me refiero a un cambio de ideario, sino a la mutación de condiciones generales de vida. En España, y en los últimos veinte años, las mujeres hemos salido de una minoría de edad de la que no éramos culpables. Otros nos la habían impuesto. Contra la lógica misma del cambio social, iniciado en el relativo acceso a la igualdad de oportunidades educativas que se produjo con el desarrollismo de los años sesenta -primera entrada numérica importante de niñas en los estudios de bachillerato y primeras convocatorias de becas para ello-, la Dictadura conservaba un sistema legal abusivo hasta lo pintoresco.

En plenos años setenta una mujer no podía disponer de sus bienes, incluida su nómina. No podía abrir una cuenta ni disponer de ella sin autorización. No era jamás, en la práctica, mayor de edad, porque la mayoría de edad comenzaba a los venticinco años, momento en que se la suponía por lo general casada y dependiendo su voluntad de la de su marido. De ser madre no tenía patria potestad sobre sus hijos, sobre los cuales nada podía decidir. En el simulacro de votaciones que existía, sólo los cabezas de familia votaban a los llamados "representantes en cortes por el tercio familiar"; por lo tanto ni eso votaba una mujer a no ser que fuera viuda. No tenía opinión política ni de otra especie, puesto que en los medios aparecía como objeto y nunca como sujeto. No podía trasladarse o cambiar de residencia sin permiso. Tampoco contraer matrimonio sin todo género de autorizaciones, ni menos disolverlo porque no había divorcio. No podía aceptar un trabajo, abrir un negocio, hacer una compra significativa ... En fin, todo un conjunto amplísimo de prohibiciones y cortapisas que se coronaban con la denigrante condena que el código penal mantenía para las mujeres casadas que eran infieles: seis años de cárcel.

Quienes ahora calzamos cuarenta años hemos vivido la mitad de nuestras vidas bajo aquel régimen ignorante, y en tal paisaje hubimos de comenzar nuestra rebelión. Muchas cosas tuvieron que ser cambiadas. No sólo leyes estúpidas o ignominiosas, sino el sistema completo de prácticas y costumbres que les daban apoyo. Sin libertad no hay nada para las mujeres. En casos extremos, cuando el déficit mayor es de libertad, conseguirla es casi lo mismo que conseguir la igualdad. Es conseguir el acceso a lo poco que haya en juego, acceso negado únicamente en razón del sexo.

Lo primero que tuvieron que hacer las demócratas de este país a la salida de la dictadura fue conseguir esas libertades mediante la presión para que se produjeran nuevas leyes que abrogaran aquellas otras lastimosas. Muchos grupos de mujeres se pusieron a trabajar, comprometidas con la democracia y la izquierda. Entonces se hicieron las propuestas que hoy forman parte del bagaje común de lo que se entiende por ciudadanía.

Hacia la mitad de los años ochenta, la mayor parte de los cambios que ahora entendemos como calidad de vida para todos habían sido conseguidos. Pero fueron las mujeres feministas quienes apostaron decididamente por ellos, quienes nunca abandonaron, quienes dieron las pautas para el cambio no sólo legislativo, sino social. Algunas, con su esfuerzo constante, mejoraron la manera de vivir de todos. Y no les fue fácil. Tuvieron que vencer muchas resistencias, tener mucha constancia, paciencia y valor.

Que las mujeres sean libres, y lo sean completamente, aterra todavía a las inercias milenarias de nuestra cultura patriarcal. Las españolas jugaban con la ventaja de actuar en sinergia con el gran movimiento feminista desatado en todos los países avanzados. Si todas las mujeres del mundo norte dimos un gran paso, el nuestro produjo un verdadero salto. Salimos de la minoría de edad impuesta hacia las formas normales sociales y legales de las democracias asentadas.

Los principios de toda democracia son los mismos: libertad, igualdad y solidaridad. Las españolas, que hubimos de desearlos tanto, y tanto escuchamos que nunca los tendríamos a mano, tenemos con ellos una relación muy peculiar, un apego especial. Por iguales queremos ser libres, por libres no estamos dispuestas a ceder un punto de igualdad. Para las más jóvenes ambas cosas son de sentido común y ni siquiera imaginan que la situación pudiera ser distinta. Por lo que toca a solidaridad, nunca el feminismo ha sido insolidario. Las mismas mujeres que lucharon por la libertad y la igualdad empeñaron también su esfuerzo en muchas otras causas políticas, españolas e internacionales, y lo siguen haciendo.

En los últimos años, sucesivos gobiernos han apoyado este proceso hacia la igualdad. Pero también lo han hecho porque el feminismo supo mantenerse como fuerza de opinión y organizativa. Lo que para el feminismo de los años setenta fue la cuestión de la doble o única militancia ya no es, probablemente, un problema. Sin embargo sería ciego entender que porque muchas mujeres hicieron prioritaria la causa feminista, el feminismo salió ganando y conquistó su lugar. Hubo en esto muchas horas empleadas. Muchas mujeres defienden su espacio y crean, día a día, espacios comunes para el encuentro, la reflexión y el debate. Uno de estos grupos es "Comadres".

Si digo que las quiero, digo poco. De ellas sólo sé decir bien. Son, además, tan varias, tan distintas entre sí... Tienen lo que necesita toda acción para el éxito verdadero: inteligencia y buena voluntad. Son solidarias, amistosas, acogedoras, creativas, pacientes, interesadas en los dominios más amplios de la cultura y las ideas, tenaces, detallistas, valientes, desobedientes, de buen humor y mejor genio, negociadoras, equilibradas en sus jucios y acciones, generosas y firmes. Como ellas hay muchas en todas las españas. Yo conozco bastantes. Pero ellas están aquí, en esta Asturias, incansables y seguras. Porque ellas existen, otras resisten. Resistimos.

Les Comadres no se limitan a mantenerse al día. Han preferido y sabido hacer ese día. Instaladas en la punta de lanza de un movimiento de arco amplísimo como lo es la transformación social inaudita provocada por el cambio de roles y jerarquía de las mujeres contribuyen, en primera línea, a la educación y consolidación de ese discurso político y esas propuestas. El ágora por ellas creada y mantenida tantos años, mostrará cada vez su papel puntero. Muchos grupos humanos de interés se forman, actúan y periclitan. Por el medio consiguen cosas, para ellos mismos o para otros. Sólo quienes saben y pueden comprometerse con asuntos verdaderamente fundamentales se mantienen activos largo tiempo, y de su acción se derivan nuevas formas de hacer y percibir el mundo. Desde sus sedes, Comadres hace diez años que gira el engranaje del cambio social profundo. Es posible que los focos de la actualidad no las deslumbre, e incluso cabe que otros foros alcancen mayor y más pasajera notoriedad. Pero eso sucede algunas veces: el auténtico trabajo en profundidad se advierte en sus resultados. Diez años de su actividad han rendido a la comunidad beneficios que ni siquiera ellas imaginan. Algún día quizás haya de escribirse un compendio titulado "Lo que las feministas han hecho por ti" valedero para ambos sexos. En él habrá de recogerse el asombroso cambio de valores, leyes, costumbres, prácticas, hábitos, cultura política y civil, calidad de vida y maneras que todos debemos a esa fuente. Hay en el pensar común muchas cosas con las que nos sentimos cómodos que provienen de ella. Pero el manantial tiene sus cuidadoras. No brota solo. Es resultado, como dije, de la combinación de inteligencia y buena voluntad. Se nutre de ese foro siempre abierto donde hierve la libertad de ideas.

Ellas tuvieron a bien, hace unos años, darme entrada. Me lo significaron con una escultura que siempre guardo cerca de mi mesa de trabajo. Porque constantemente me lo testimonian, sé que nada hago sin ellas. Su presencia es aliento y reposo. Están ahí y siguen ahí. Firmes y tranquilas en sus hechos, pacientes en sus objetivos. Su estabilidad nos asegura que la tarea que emprendimos no nos sobrepasaba. Tendremos ánimo y fuerza para llevar a cabo nuestro trecho. ¡Son tantas las libertades aún sin nombre!

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